miércoles, 2 de julio de 2014

De aquella vez en la que... Todos morimos!

Hace ya más de un año que no escribo en este blog, la vida diaria me ha tenido al margen y no he encontrado tiempo o algo más lo ha ocupado en el momento. Durante ese lapso de poco más de un año han llegado a mí revelaciones de vida. Bueno, en realidad es que he cambiado un poco lo que era y hacía. Tengo casi un año de ser aikidoka, un arte marcial que es tan bella como frustrante y de la cual hablaré otro día.
Junto con la práctica de artes marciales ha venido la revelación divina del ejercicio, esa actividad que al principio es una porquería que te hace sentir mal, agitarte y sudar, pero después se vuelve un alivio maravilloso que te hace sentirte bien, pero igual te agitas y sudas como puerco. Gracias a esto he rebajado gran cantidad de peso (ALELUYA!), cosa que muchos han notado y me han extendido su felicitación. Además he tenido la dicha de descubrir el Taoísmo, al cual veo más como una filosofía de vida que como una religión y bajo cuyo pensamiento he empezado a regir mi vida sin dejar el cristianismo, más bien haciendo una especie de mezcla, no soy experto en taoísmo pero me gusta su línea de pensamiento. Ah y olvidaba el asunto llamado MUNDIAL DE FÚTBOL, sí, soy un vanal aficionado al fútbol y mi felicidad ha alcanzado nuevas alturas ahora que mi amada Sele está en cuartos de final contra todos los pronósticos (no me odien por amar el fútbol).

Sin embargo, el cambio más drástico de mi vida se dió este primero de mayo, día del trabajador en mi amada Costa Rica. Una noticia llegó a las 7:30 a.m. mientras su servidor apenas estaba empezando a disfrutar el sueño profundo después de haberse acostado a las 4:30 a.m gracias a un pesar extraño que luego comprendería.
A las 7:30 a.m. recibo una llamada, mi madre, entre dormido y despierto contesto. Ella, con la vos quebrada por el llanto me dice "mi amor, mami ya descansó, su abuelita ya murió". En ese momento me levanto de un salto, me siento en el borde de mi cama y le respondo lo único sensato que cualquier persona podía contestar: "¿QUÉ?!!!".
Después de contarme todo, no había otra cosa que hacer que movilizarme a la casa de mi abuela, para llevar a cabo los ritos funerarios propios del catolicismo, de los cuales participé sin ser un católico practicante y estando en un limbo emocional, en un shock mental... No solo era la primera persona verdaderamente cercana a mí que fallecía, sino que una de mis personas favoritas en todo el mundo, una de las más amadas y, por mucho, uno de los seres humanos más espectaculares y a la vez humildes que yo hubiera conocido, había muerto.

Hace un par de días, dos meses después de ese hecho y habiendo terminado mi semestre en la universidad, me fuí a mi casa a pasar algunos días. Una tarde, y sin planearlo, mis hermanos y yo nos sentamos a conversar y a recordar a mi abuela y los grandes momentos que vivimos con un ser humano que, a falta de muchas cosas materiales, nos dió siempre su amor. Con los buenos recuerdos de quienes no están, vienen esas compañeras inseparables: las lágrimas. Mi madre entra a la casa, observa a todos llorando y rompe en llanto, ya sabía de que trataba el asunto. Y, entre lágrima y moco, nos dijo: "Yo no entiendo como es posible que ella tuviera que morir. ¿Por qué ya no puedo verla, escucharla, abrazarla o besarla? No lo entiendo". Esa frase caló en mí, me puso a pensar y meditar el ¿por qué todos morimos?.

Bueno, cada persona tiene una explicación para eso, desde el punto de vista biológico y científico hasta los puntos de vista religiosos y espirituales. Yo sólo puedo dar una opinión dentro de mi grado de conocimiento de la vida, el cual es poco. Pienso que morimos porque es necesario. Es necesario ser efímeros en este mundo, todo, absolutamente todo lo es.
Podrás decirme que hay cosas que no lo son, que han estado aquí por cientos o miles de años y seguirán entándolo. Igualmente morirán, algún día, solo que su tasa de "envejecimiento" es más lenta. Eventualmente un edificio caerá, un reinado terminará, un ser humano morirá; hasta nuestro sol desaparecerá algún día, llevandonos con él. (bueno, a los que estén vivos).
La necesidad de morir radica en que es parte de la vida, no hay nada que mueva tanto a un ser humano como la sensación de que dejará de existir. Eso te impulsa ha hacer las cosas, huyes si estás en peligro, pasas más tiempo con aquellos que te son amados, la gente investiga curas para hacer que el cuerpo dure más. La muerte impulsa al ser humano a hacer algo.
¿Qué sería de nosotros si fueramos eternos? Nada! Digo, si pasarían cosas, pero nada relevante. Sería un continuo desfile de días, uno tras otro. No nos tomaríamos la menor molestia en pasar tiempo con las personas que queremos, ¿para qué hacerlo? Estarán ahí al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente hasta la eternidad. No valoraríamos esos pequeños instantes de alegría, no nos conmovería un nacimiento: "el milagro de la vida eterna... Vaya cosa tan común, otro "eternito" más". De nada valdrían los planes, el pensar en hacer actividades, hacer recuerdos. No valoraríamos el levantarnos cada mañana, sentir que estás vivo. No pienses en 20 años de ser eterno, ni en 100 años de eternidad, piensa en más, en 1000 años. Todo sería monótono. El matrimonio sería monótono, la belleza, el amor, el comer, el miedo, la ansiedad, el éxito. Todo!

La noción de mortalidad, la sensación de que un día tendrás tu último aliento y después de ahí a una caja y a un hoyo (según lo que haga cada religión con sus muertos), ese conocimiento es realmente impulsador. Estudiamos y nos esforzamos para lograr un futuro estable y tener posibilidades de hacer lo que queramos en nuestras vidas (vidas de entre 70 y 100 años, según la persona). Pasamos momentos memorables con nuestros amados porque no tenemos la certeza de que al siguiente día estarán ahí. Buscamos perpetuarnos con obras maestras de ingeniería, arte, literatura, deporte, música, cosas que no haríamos si fueramos eternos. No celebraríamos la llegada de un bebé, un ser que viene a ser una prueba viviente de que estuvimos aquí, una vida no significaría lo mismo si no hubiese la probabilidad de una muerte. Cada mañana no habría que nos impulsara a levantarnos y aprender: "Vamos, soy eterno, en algún otro momento aprenderé eso, hoy quiero quedarme en mi sillón y ver la centésima temporada de mi show favorito".

El taoísmo lo dice, es necesaria la noche para que haya día, es necesario el mal para que haya bien, es necesaria la muerte para que haya vida. En esta vida todo es complementario, necesitamos un diablo y un Dios, un cielo y un infierno, un bien y un mal, una dualidad siempre debe estar presente. Así es con la vida, todos tenemos un ciclo, a unos nos asusta ese final más que a otros. No tenemos la certeza de que hay más allá, solo la fé y la esperanza de que al llegar al otro lado, no hayamos estado ladrándole al árbol equivocado. Las religiones te dan una esperanza de un más allá de la muerte pero ¿quién asegura esa verdad? Nadie lo sabe. Pero ya es un mecanismo de lidiar con ese final inminente que tenemos. (por cierto, con eternidad no exitirían religiones tampoco) y eso es un alivio.

La verdad es que no hay nada que evite que nuestro cuerpo físico muera, hasta el mismísimo Jesús cuando fué humano tuvo que morir. A todos nos llega la hora, tarde o temprano. Tenemos que aprender a lidiar con eso, a algunos nos cuesta mucho pero esa es la realidad y lo único que tienes seguro al momento que naces. Ahora mi realidad es lidiar con el paso inexorable del tiempo, con mi muerte en un futuro (espero distante y rodeado de nietos y bisnietos) y con el hecho de que, como dice mi mamá, no volveré a ver a mi abuela, ni a besarla o abrazarla, pero ella me dió mucho de su vida y me dejó recuerdos que hace mucho más hermosa la mía.
















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